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El zorzal colorado o tordo de vientre rufo (Turdus rufiventris)[2] es una especie de ave paseriforme de la familia Turdidae que vive en Sudamérica. Es muy fácil de reconocer por su vientre bermejo (su nombre científico significa literalmente «tordo de vientre rojo») y las rayas oscuras que presenta sobre el cuello blanquecino. Los zorzales tienen patas relativamente largas y delgadas, y caminan dando saltitos. Desde 2002 es el ave símbolo (ave nacional) del Brasil.
Tiene una amplia distribución en bosques y selvas de América del Sur, desde el oeste de Bolivia, Paraguay y Uruguay, el sur de Brasil hasta el centro de la Argentina. Es uno de los zorzales más conocidos en esta región. En Buenos Aires se extendió durante la segunda mitad del siglo XX desde los montes ribereños y bosques de tala del nordeste provincial, hacia casi todo el territorio, a través de las arboledas de estancias y poblados. Se ha convertido en una especie abundante en ciudades, ya que se adapta muy bien al medio urbano.
Frecuenta tanto las copas de los árboles como el suelo. En zonas urbanas, es abundante en jardines y parques con césped y árboles. Encuentra refugio inclusive en los pulmones de manzana vegetados del centro, rodeado de grandes edificios. Tiene movimientos abruptos, realiza cortas carreras y saltitos. Prefiere lugares umbríos. Vive solo o en pareja. Estos zorzales pueden vivir entre 25 y 30 años en su hábitat natural.
El nido es circular, abierto, con forma de taza de bordes anchos, de unos 13 a 15 cm de diámetro externo y 6 a 7,5 cm de alto. Está construido con fibras vegetales, tapizado en su interior con ramillas finas y hierbas tiernas. Allí la hembra pone entre tres y cuatro huevos celestes con pintas marrones.
Es omnívoro; se alimenta principalmente de frutos e invertebrados. Busca frutos carnosos que constituyen la base de su comida, tanto los de tamaños pequeños que puede engullir enteros (hasta las dimensiones de una aceituna) como los más grandes que suele picar para abrirlos y consumir su pulpa. Es habitual que resulte un buen dispersor de las semillas de las plantas que consume. Cuando camina por el suelo, se dedica a hurgar entre la hojarasca o los mantillos orgánicos en busca de lombrices que son de su especial predilección, entre otros invertebrados que completan su dieta.
Hacia fines de invierno antes del amanecer, empieza a ensayar su melodioso canto, imitativo del canto de otras especies salvajes o domésticas (jilgueros, gallinas, etc...), al parecer, por el simple placer de cantar. En las ciudades, sus vocalizaciones se escuchan claramente en el silencio matinal, antes de comenzar el bullicio urbano. Durante el día también es posible escuchar su canto potente, armónico y reiterativo, con notas poco variadas pero melodiosas. Además, profiere un silbido triste (de una nota repetida) cuando se halla oculto. El reclamo es agudo.
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